Puede que la voz haya brillado
una luz reflejada parda en la frente
de nuestros jardines ya muertos;
mas el estruendo es insoportable.
Ya no se escucha más la alondra,
ya no más las piadosas oraciones,
ya no la música, ya no la tarde
en que mis padres me llamaban hijo.
Ahora un alarido solamente
y una marcha fúnebre en la tarde
de nuestros pasos desunidos:
ahora la muerte y su cantar.
Puede que no quieras escuchar
(y eso nunca lo has querido)
mas las hojas se revuelven con el viento,
con ese viento que trae la peste.