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Ciudad de México, Distrito Federal, Mexico

Saturday, October 15

Sala de espera 1

Desertal, callada, intonsa su pintura luminosa, y sin embargo ella toda más ordenada que el tiempo. Hay visiones, a veces, en las nieblas, en que las divinidades aparecen sin sorpresa, porque la niebla es la constancia de la espera - de una espera tan cansada, tan longeva, que abrió las flores de su alegría y sobresalto en un invernadero (muchas veces forzado) de premeditación nostálgica. Entonces, es natural que una nostalgia preambular no abra senderos de conmoción frente a lo Inevitable.

La encontré ese día nocturno de soles abrasantes en la nube, caminando por calles fecundas en sutilezas, de tanta densidad oprimida y dispersa. La niebla estaba ahí, a los ojos. Yo buscaba un canto en la Indeterminación de la muerte de los nervios - ella lloraba desde las fuentes internas todos los sollozos ondulantes de sus penas. Yo lloraba también, no lo oculto, pero si tengo grietas es por algo: afán biológico - necedad de lo dispuesto - de persistir en la sequía. Yo era el invisible, y en la niebla no brillaba ella tampoco, sino sus lágrimas. Es una gran fortuna de las almas desdichadas el que lo único ostensible que posean sea la evidencia del dolor. Lo externo es irrecusable, pero tranquiliza saber que en la parte pública del corazón sólo crecen las flores más directas. Llena de confianza asimismo lo externo ajeno doloroso, porque nadie finge el azogue en los ojos - consecuencia del dolor, inutilidad de conocer la causa. ¿Quién se tomaría la molestia de invertir la causalidad ordenada del mundo por sólo un tormento?

Acercándome, presa de una rara por infrecuente curiosidad, me atreví a preguntar su dolor. El dolor no contestó, pero sus manos, evidenciando habilidad en la belleza por el brillo de sus marmóreos huesos, delgados como los tallos de mis flores, me alargaron una leyenda común, no deslumbrante, escrita en un papel común, terriblemente descuidado. Sus letras eran igual de imperturbables que la frescura de las venas de su cuerpo visible.

Laconismo exacto, preciso en su nada estar de más, expresó profundo secreto al ardor de la noche del Inmisericorde: "Estoy harta de las revistas de las salas de espera".

Precisión de lo que ya semeja antigüedad atormentada (semejanza que es identidad, como la asimetría de montañas) - identidad de la niebla. Respondí con torpe voz (como torpe que soy) que no sabía qué decir, pero que, afortunado (lo que también es raro por infrecuente), traía un fragmento de lo Abstracto en la camisa. Le leí lo que mi bolsa cordial contenía - y ella levantó su mirada de acuático fuego. Las nieblas se ensancharon y abarcaron hasta lo Interno: vapor de agua desperdicio, es cierto, pero asimismo unas cuantas gotas de la luz doblemente flamígera, más iluminante y nada voraz y consumidora como la luz de la Crueldad celeste.

Estas calles se han perdido más desde ese día, en lo borroso de una niebla cósmica. Pero ya no las recorro - todo se ha igualado aquí, en este punto, en donde todo es semejante por sutil y diverso. Demasiada densidad y sutileza, dirían unos; pero es tan beato tener sus propias densidades aisladas, y una visión de fuego para examinarlas - y amarlas. Prefiero mil veces más, entonces, la identidad de la nube omniabarcante, la poca distinción entre las cosas, vivir sólo con los lentes de la Interna en reclusión perpetua de las calles, pero nunca más en el desierto.
El mismo número de veces me he repetido esta historia en diferentes oídos creados, con afán de matar a la espera.